HYPOMNEMATA

Los hypomnemata eran cuadernos de escritura: en ellos se encontraban citas, fragmentos de escrituras o pensamientos del propio espíritu. Constituían una memoria material de las cosas leídas, oídas, pensadas, y se atesoraban en esas páginas desordenadas, heterogéneas. Se trataba de un ejercicio en el pensamiento que no tenía como fin el decir lo indecible, sino captar lo ya dicho, de reunir lo leído. Eran escrituras sobre lecturas, y el fin de las mismas, la constitución de sí mismo. Era una escritura que posibilitaba la transformación de la verdad que nos damos a nosotros mismos. Una escritura que constituía con las propias palabras y las de otros un "cuerpo", como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad.







miércoles, 30 de junio de 2010

Para qué escribir



Escribir para ser otros. Para que la gestualidad de la letra dé cuerpo a un abismo en sí mismos. Un abismo que no es fondo, que no es una interioridad a conocer, sino un espacio que fundar. Lo profundo que nos habite será la relación que tenemos con el instante. Una intensidad en la relación de sí consigo. Un aprender a ver las cosas de otro modo, un dejar que las cosas se nos acerquen. Ser parte de la comunidad de los amigos de la distancia, aquellos que aman alejándose, que no aman más que separándose a lo lejos. Que forman parte de esa comunidad imposible, la de los amigos de la soledad. Escribir, entonces, para abismarse.

Escribir para hacer resbalar al papel la palabra que quedó pendida de los labios, que se alarga como lazo, dado que siempre se es el lazo que se teje. Aunque los pensamientos se encuentren a medio vestir o con ropas prestadas. Encontrarlos in fraganti, sorprenderlos. Y dejarlos. Que no es abandonarlos. Es cierto que a veces el verbo parece un impulso que patea al vacío. Pero no hay vacío sino esto que vamos haciendo de nosotros mismos. El alma al borde de los labios, entonces.

Escribir para comprender que no sólo decimos algo por su contenido, sino que éste se asocia caprichosamente a una manera de decir. Saber que estamos hechos de nuestras palabras y que el pensamiento -como la vida- nos atraviesa, que las preguntas nos interpelan a no asumir la triste conformidad de placeres y dolores a medias, la estática comodidad de aceptar sin más lo dado. Y para saber que la palabra que por pereza llamamos propia no es sino azar, tejido, encuentros, “entres”. Siempre de otro o para otro. O con otro. E independizarnos del impulso liberal de hacer de ella también objeto de la propiedad privada. Así, cuestionando el pronombre posesivo, cuestionar también el pronombre personal; “¿pero soy yo quien escribe?”. En la frontera, entonces, entre lo que somos y lo que decimos.

Escribir para escucharnos a nosotros mismos y narrarnos. Y entender que la confianza en las palabras no es confianza porque ellas estén fijas en significaciones, sino que es confianza porque ellas son productoras de diferencia. Escribir sin buscar transparencias, ni razones, sin esperar que el sentido surja de la concatenación lineal y bienpensada de las frases. No querer comprenderlo todo. Escribir para desatar el discurso de una verdad sobre nosotros mismos. Aprender a ser nuestros propios jueces, después de habernos dado la propia ley. Ser extranjero, entonces, en la propia lengua y un creador de verdades para sí mismo.

Escribir para devolverle el cuerpo al pensamiento, en la materialidad de la letra. Pero también devolver el desplazado, olvidado y degradado cuerpo al espíritu. No ser más sombras que buscan un cuerpo, sino un cuerpo/palabra, un cuerpo/otro, un cuerpo/alma. Cuerpos que unen lo eternamente separado, las palabras y las cosas.  Escribir para transitar el peligroso quizá. Comprender que somos seres de paso, en tránsito, que vinimos a ser otros. Entonces, una política de la verdad, una ética de la experiencia y una estética del paseo.

Escribir, entonces, para llegar a ser el que se es.

jueves, 24 de junio de 2010

Experiencia de sí estoica


"¿Qué hay de grande aquí abajo? ¿Cubrir los mares con nuestras flotas, plantar nuestras enseñas en las orillas del mar Rojo y, cuando ya no queda tierra para nuestras devastaciones, errar por el océano en busca de playas desconocidas? No: es haber visto todo este mundo con los ojos del espíritu, es haber obtenido el triunfo más hermoso, el triunfo sobre los vicios. Incontables son los hombres que se hicieron amos de ciudades y naciones enteras; pero ¡qué pocos lo fueron de sí mismos! ¿Qué hay de grande aquí abajo? Elevar el alma por encima de las amenazas y las promesas de la fortuna; no querer esperar de ésta nada que sea digno de nosotros. ¿Qué tiene ella, en efecto, que debamos anhelar, cuando nuestras miradas, al volver el espectáculo de las cosas celestes a la tierra, no encuentran en ésta más que tinieblas, como cuando se pasa de un claro día a la sombría noche de los calabozos? Lo grande es un alma firme y serena en la adversidad, que acepta todos los acontecimientos como si los deseara ¿No deberíamos desearlos, en efecto, si supiéramos que todo ocurre por los decretos de Dios? Lo grande es ver hacer a nuestros pies las saetas de la suerte; recordar que somos hombres; decirnos, si somos dichosos, que no lo seremos durante mucho tiempo. Lo grande es tener el alma al borde de los labios y presta a partir; entonces somos libres no por derecho de ciudadanía, sino por derecho de naturaleza"


SÉNECA

viernes, 18 de junio de 2010

Catorce de junio

José Saramago


Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos.
Es nada lo que nos ha sido dado.
No hablemos pues, sólo suspiremos
Porque el tiempo nos mira.
Alguien habrá creado antes de ti el sol,
Y la luna, y el cometa, el espacio negro,
Las estrellas infinitas.
Ahora juntos, ¿qué haremos? Sea el mundo
Como barco en el mar, o pan en la mesa,
O el rumoroso lecho.
No se alejó el tiempo, no se fue. Asiste y quiere.
Su mirada aguda ya era una pregunta
A la primera palabra que decimos:
Todo.

(De Poesía completa, Alfaguara, pp. 636-637)

miércoles, 16 de junio de 2010

De cerca o de lejos


"No es en la manera en que un alma se acerca a otra, sino en la manera como se separa de ella, en lo que reconozco su afinidad y parentesco con ella".

(F. Nietzsche)

"La amistad no guarda silencio, más bien es guardada por el silencio. Desde el momento en que la amistad se habla, se invierte. Dice entonces, diciéndoselo, que no hay amigos, se confiesa, confesándoselo. Dice la verdad -siempre aquello que más vale no saber-.

La protección de esta guardia asegura la verdad de la amistad, su verdad ambigua, aquella mediante la que los amigos se protegen del error o de la ilusión que fundan la amistad, más concretamente, sobre el fondo sin fondo de los cuales se funda una amistad para resistir a su propio abismo. Al vértigo o a la revolución que le haría girar en torno a ella misma. La amistad se funda en verdad para protegerse del fondo o del sin-fondo abismal".

(J. Derridá)

miércoles, 2 de junio de 2010

La muerte del autor


"Cuando se cree en el Autor, éste se concibe siempre como el pasado de su propio libro: el libro y el autor se sitúan por sí mismos en una misma línea, distribuida en un antes y un después: se supone que el Autor es el que nutre al libro, es decir, que existe antes que él, que piensa, sufre y vive para él; mantiene con su obra la misma relación de antecedente que un padre respecto a su hijo. Por el contrario, el escritor moderno nace a la vez que su texto; no está provisto en absoluto de un ser que preceda o exceda su escritura, no es en absoluto el sujeto cuyo predicado sería el libro; no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito eternamente aquí y ahora".

Roland Barthes

(Imagen: Grippo)